Como cada dos lunaciones, salió de su guarida, situada en lo que fuera el edificio 317 de ROBOTIC SOLUTIONS S.COOP., para explorar los límites de la Mancha y mientras tanto, como decía él, ver si podía «desfacer algún tuerto» o rescatar alguna damisela en apuros. Su fiel seguidor Sancho, un robot destartalado de la serie 201 GL, recuperado milagrosamente de unos escombros, lo siguió, como de costumbre, a su par, impulsado por la tracción de sus orugas mecánicas.
La Mancha, como se la conocía vulgarmente, era la única región del planeta que se hallaba libre de radiación. No se sabía por qué razón, pero aquel territorio de 79463 Km² en forma de corazón magullado, era el único espacio habitable que había resistido los feroces embates de la última guerra nuclear, acaecida treinta años atrás.