El pasado 8 de octubre tuve el honor de participar en el evento literario creado por La Ovejita Ebooks en el Centro Español de Queens, en Nueva York, con motivo de celebración del mes de la Herencia Hispana. El evento fue nombrado con el nombre de Palabras de las dos orillas.
El Centro Español, situado en la 239 de la calle 14 de «La Gran Manzana», y fundado en 1868, es un referente para los inmigrantes españoles; un lugar mágico, cargado de historia y de cultura. Hubo una asistencia de público considerable, y ocho escritores tuvimos el privilegio de presentar y recitar nuestras obras.
Aparte de presentar mi nuevo libro, El Uno sin segundo, recité un pequeño escrito, titulado también Palabras de las dos orillas, que escribí en el avión de ida, aquella misma mañana, mientras sobrevolaba el océano Atlántico.
Palabras de las dos orillas
Comienzo a escribir estas palabras justo en medio de dos orillas, en mitad del océano Atlántico, a 11000 metros de altura, volando desde una orilla hacia la otra.
Estas dos orillas no siempre estuvieron separadas por enormes masas de agua, es más, hubo un momento de la historia del planeta en el que no puede considerarse que hubiese orillas, sino un único continente; un supercontinente llamado Pangea.
Con el paso del tiempo, en cantidades tan inconmensurables que un humano no puede percibir, la Naturaleza en su ritmo pausado y gobernada por unas leyes inmutables, comenzó a fracturar el continente en varios trozos, generando diferencias donde antes había unidad. Así, como únicos protagonistas, el tiempo y la deriva continental fueron agrandando el mar que separaba dos orillas, hasta convertirlo en el gran océano que conocemos hoy en día.
Cuando el primer hombre nació, ya había dos orillas, pero cuando la Civilización nació, sólo había una..., la otra, para los habitantes de ambas orillas, era desconocida; y así de desconocida fue hasta hace apenas 500 años, cuando unos intrépidos marineros de una orilla, descubrieron que había otra orilla.
Esas dos orillas ya nunca más volverán a estar unidas —físicamente me refiero—, pues un océano, cuya tendencia expansiva es inexorable, hará que año a año, centímetro a centímetro, aumente la distancia entre las dos orillas. No obstante, esas dos orillas cada vez se van uniendo más, a través de un puente aéreo —y no me refiero a los veloces aviones que surcan, en apenas ocho horas, el aire que separa las dos orillas, no, me refiero a un puente aéreo construido con palabras, con nuestra cultura, con nuestros corazones en aras de un abrazo fraternal. Aunque eso ya, más que un puente aéreo, es un puente etéreo.
Después de aquello presenté El Uno sin segundo, cuyos primeros ejemplares en papel habían llegado aquel mismo día directos de la imprenta.
A continuación expongo una breve fotogalería con los demás participantes, para dar testimonio de este magnífico evento y de los escritores de ambas orillas, unidos por un mismo lenguaje.
El Centro Español, situado en la 239 de la calle 14 de «La Gran Manzana», y fundado en 1868, es un referente para los inmigrantes españoles; un lugar mágico, cargado de historia y de cultura. Hubo una asistencia de público considerable, y ocho escritores tuvimos el privilegio de presentar y recitar nuestras obras.
Aparte de presentar mi nuevo libro, El Uno sin segundo, recité un pequeño escrito, titulado también Palabras de las dos orillas, que escribí en el avión de ida, aquella misma mañana, mientras sobrevolaba el océano Atlántico.
Palabras de las dos orillas
Comienzo a escribir estas palabras justo en medio de dos orillas, en mitad del océano Atlántico, a 11000 metros de altura, volando desde una orilla hacia la otra.
Estas dos orillas no siempre estuvieron separadas por enormes masas de agua, es más, hubo un momento de la historia del planeta en el que no puede considerarse que hubiese orillas, sino un único continente; un supercontinente llamado Pangea.
Con el paso del tiempo, en cantidades tan inconmensurables que un humano no puede percibir, la Naturaleza en su ritmo pausado y gobernada por unas leyes inmutables, comenzó a fracturar el continente en varios trozos, generando diferencias donde antes había unidad. Así, como únicos protagonistas, el tiempo y la deriva continental fueron agrandando el mar que separaba dos orillas, hasta convertirlo en el gran océano que conocemos hoy en día.
Cuando el primer hombre nació, ya había dos orillas, pero cuando la Civilización nació, sólo había una..., la otra, para los habitantes de ambas orillas, era desconocida; y así de desconocida fue hasta hace apenas 500 años, cuando unos intrépidos marineros de una orilla, descubrieron que había otra orilla.
Esas dos orillas ya nunca más volverán a estar unidas —físicamente me refiero—, pues un océano, cuya tendencia expansiva es inexorable, hará que año a año, centímetro a centímetro, aumente la distancia entre las dos orillas. No obstante, esas dos orillas cada vez se van uniendo más, a través de un puente aéreo —y no me refiero a los veloces aviones que surcan, en apenas ocho horas, el aire que separa las dos orillas, no, me refiero a un puente aéreo construido con palabras, con nuestra cultura, con nuestros corazones en aras de un abrazo fraternal. Aunque eso ya, más que un puente aéreo, es un puente etéreo.
Aimar Rollán
En algún lugar del Atlántico, a 8 de octubre del 2014
En algún lugar del Atlántico, a 8 de octubre del 2014
Después de aquello presenté El Uno sin segundo, cuyos primeros ejemplares en papel habían llegado aquel mismo día directos de la imprenta.
Maria Dolores Guadarrama (México) y Aimar Rollán (España)
Maureen Altman (EEUU-Perú), Silvia Siller (México) y Linda Morales Caballero (Perú)
Tomás Modesto Galán (República Dominicana)
Juan Navidad (España)
Grupo Teátrica
MVP (El Barrio, NY)
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