La historia está escrita por los vencedores, o más concretamente, por los supervivientes. Por tal motivo, nunca tendremos una visión total de la historia, si además le sumamos un mecanismo psicológico muy presente en nuestra naturaleza humana: el llamado “sesgo del superviviente”.
La vida, ahora y siempre, es dura, peligrosa, misteriosa… Con un enemigo mortal llamado muerte siempre acechándonos. Debido a ello, nuestro cerebro, en su afán por lograr un poco de optimismo y luminosidad, desarrolló un mecanismo infantil de percepción de la realidad: el de centrarse solo en los logros de los triunfadores, de los supervivientes, tratando de no ver, o de correr un tupido velo sobre todos aquellos que no lo consiguieron.
Se cuenta la anécdota de que este concepto surgió en la Segunda Guerra Mundial, cuando unos ingenieros británicos se plantearon reforzar los aviones con planchas dobles de acero en aquellas zonas que habían observado más propensas a recibir disparos en los aviones que volvían de la batalla. Pero fue un perspicaz matemático el que hizo la siguiente observación: “Lo que tenemos que hacer no es reforzar las zonas con agujeros de bala, sino las que no tienen agujeros de bala, porque esos agujeros denotan que han vuelto… El problema son todos aquellos aviones que no han vuelto, aquellos que no han regresado de la batalla, aquellos que han sido derribados…”.