La historia está escrita por los vencedores, o más concretamente, por los supervivientes. Por tal motivo, nunca tendremos una visión total de la historia, si además le sumamos un mecanismo psicológico muy presente en nuestra naturaleza humana: el llamado “sesgo del superviviente”.
La vida, ahora y siempre, es dura, peligrosa, misteriosa… Con un enemigo mortal llamado muerte siempre acechándonos. Debido a ello, nuestro cerebro, en su afán por lograr un poco de optimismo y luminosidad, desarrolló un mecanismo infantil de percepción de la realidad: el de centrarse solo en los logros de los triunfadores, de los supervivientes, tratando de no ver, o de correr un tupido velo sobre todos aquellos que no lo consiguieron.
Se cuenta la anécdota de que este concepto surgió en la Segunda Guerra Mundial, cuando unos ingenieros británicos se plantearon reforzar los aviones con planchas dobles de acero en aquellas zonas que habían observado más propensas a recibir disparos en los aviones que volvían de la batalla. Pero fue un perspicaz matemático el que hizo la siguiente observación: “Lo que tenemos que hacer no es reforzar las zonas con agujeros de bala, sino las que no tienen agujeros de bala, porque esos agujeros denotan que han vuelto… El problema son todos aquellos aviones que no han vuelto, aquellos que no han regresado de la batalla, aquellos que han sido derribados…”.
Por cada avión que regresó, nueve no volvieron. Por cada superviviente, nueve murieron. Por cada hombre que triunfa en algo, nueve fracasan. Por cada negocio que triunfa, nueve fracasan. Por cada anciano que llega a la vejez, nueve no llegan… La estadística de 1 a 9 me la acabo de inventar, pero no importa, son más los que no vuelven que los que vuelven, los que fracasan que los que triunfan.
Aun sabiendo esto, necesitamos del sesgo del superviviente. Cada vez que emprendemos algo, ya sea abrir un negocio, apostar por una profesión, aventurarnos en algo peligroso o ir a ver a un anciano, necesitamos saber que tenemos grandes posibilidades de triunfar.
¿Sabéis cuántas marcas de coches había a principios del siglo XX? Unas 900; de esas, solo unas pocas hoy persisten y somos capaces de recordar sus nombres. ¿Sabéis cuántos escritores, pintores, inventores, emprendedores, actores, deportistas… han triunfado en proporción a los que no lo han hecho? La historia no recuerda el nombre de los perdedores, solo el de los ganadores, el de los supervivientes, y por eso nos parece que todo es fácil; que si nosotros lo intentamos, lo conseguiremos, y que si el vecino lo ha intentado y no lo ha conseguido, es porque ha sido torpe o estúpido.
Ese es el sesgo del superviviente… Algo necesario, pues si no la cobardía, o la exacta inexacta ciencia de la estadística nos impedirían emprender nada, hacer nada, arriesgarnos por nada. Cada vez que vamos a la guerra, una parte de nuestro cerebro necesita saber que va a volver. Cada vez que tomamos una decisión importante, nos fijamos en aquellos que triunfaron y los tomamos como modelo. Cada vez que oímos la noticia de que alguien ha superado un cáncer, nos olvidamos de los millones que no lo hicieron. Cada vez que vamos a un asilo de visita, necesitamos creer que nosotros también llegaremos a viejos, “porque ahí hay muchos viejos”, y no vemos la cantidad de “jóvenes” que se quedaron en el camino, que no llegaron.
No sabemos dónde recibieron los balazos los aviones que no regresaron, no sabemos las vidas ni los esfuerzos de quienes no triunfaron. No podemos saberlo, y quizá ni siquiera debamos, en honor a la verdad; a la verdad de nuestra propia supervivencia.
Faltan unas pocas horas para llegar, como supervivientes del 2018, al año 2019. Nos parece una obviedad, pero muchos no lo han conseguido, no han llegado. Este artículo está dedicado a ellos.
Aimar Rollán
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