Durante millones de años el universo solo conocía la luz blanca. Un buen día, una gota de agua que pendía del borde de la hoja de un árbol, le dijo a un rayo de luz que pasaba por allí:
—¡Atrévete a atravesarme, y sé color!
El rayo dudó un instante, ya que nadie se había mezclado nunca con nada diferente de su propia raza, y no sabía a qué se refería la gota con eso de «color» ni si sería peligroso; pero por suerte para el devenir del universo, nuestro rayo protagonista era osado y de mente abierta, así que atravesó la gota y se dividió en un hermoso espectro de siete colores.
A partir de aquel acto pionero, olvidado y aparentemente insignificante, las cosas y seres se fueron mezclando y diversificando hasta llegar al universo policromo que conocemos hoy en día.
Aimar Rollán
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