"Sólo hacen falta dos cosas para escribir: tener algo que decir, y decirlo." Oscar Wilde

domingo, 11 de enero de 2015

El conejo blanco

La vida está llena de decisiones; algunas más vitales que otras. Ahora, a posteriori, puedo ver como algunas de las elecciones que tomé en su momento, me han llevado donde estoy y a ser lo que soy.

Aún recuerdo aquella mañana del mes de diciembre. Paseaba por La Rambla de Barcelona y me paré en uno de los típicos puestos de animales. En una jaula grande había una veintena de conejos enanos, todos blancos; me hicieron mucha gracia.

—¿Cuánto vale un conejo de éstos? —le pregunté al tendero casi sin pensarlo.

—Doce euros. Si no tienes jaula te la puedo vender también por dieciocho euros con todos los accesorios: bebedero, comida, hierba y serrín.

—Venga… ¿Por qué no? Dame uno —dije con una decisión insólita. Lo cierto es que cuando salí de casa no había planeado comprar ningún conejo ni nada parecido, pero, ¿quién puede prever los designios de la vida?

—Elige uno, el que más te guste.

—Vaya, parecen todos iguales. Mmmm…, este de las orejas grises.

—Bueno, no son todos iguales, cada uno tiene su personalidad —dijo el tendero, que era bastante feo, con una verruga en la nariz y una piel grasienta—; espero que hayas escogido uno bueno, esto es como una lotería, nunca se sabe: los hay cariñosos, rebeldes, guarros, limpios, rencorosos, malhumorados… Es macho —añadió después de coger el que le había indicado y mirarle el sexo.

—Hay que joderse, hasta los conejos tienen personalidad. Pero bueno, no creo que influya mucho que sea de una forma u otra. Preferiría que me tocase la lotería, ya que has hablado de lotería.

El dependiente metió al conejo en una caja de cartón agujereada, me lo dio junto con una bolsa grande en la que iban la jaula y sus complementos, pagué y me fui.

Al llegar a casa, puse la jaula en una esquina del salón, y empecé a jugar un poco con el conejo. Era muy sociable y cariñoso. «¡Vaya!, he tenido suerte, me ha tocado el mimoso», pensé. «Te voy a llamar Txuri, que significa “blanco” en vasco», le dije.


Txuri, el conejo blanco

Unos días después el conejo se puso enfermo con diarrea, y no había podido elegir un día mejor: un sábado por la noche. Debido a que le había cogido cariño lo llevé a un veterinario de urgencias que había en la ciudad. Una chica muy amable me atendió, examinó al conejo y me dio un jarabe para que se lo diera durante quince días por la boca con una jeringuilla (que me facilitó ella). La broma me salió cara —es lo que tiene ir de urgencias.

Resulta que Txuri, aparte de mimoso era un «pupas», pues cada dos por tres estaba «malito», y el cabrón no elegía mejor día que los sábados por la noche para ponerse enfermo (a veces de diarrea, otras con los dientes torcidos, otras veces con los ojos inflamados…). Tenía razón el que me lo vendió: los conejos tienen personalidad, y había elegido por azar (o qué sé yo), a un demonio disfrazado de lindo conejito blanco. Me gasté una fortuna en el veterinario con él. Aunque luego resultó ser un ángel al que nunca olvidaré. Pocas decisiones me han hecho tan feliz en mi vida como haberlo elegido a él.

Hoy doce de enero, mientras voy a casa con un ramo de rosas (blancas en honor a Txuri) para regalárselas a mi mujer por nuestro aniversario, no puedo hacer más que pensar (como cada año), qué hubiera pasado si hubiese elegido otro conejo de diferente personalidad a la de Txuri. De seguro no hubiese conocido a la veterinaria (ahora mi mujer), ¿o tal vez sí? ¿Cuál es la fuerza que nos mueve? ¿La casualidad, el azar, el destino? No lo sé. Lo que sí sé es que si no hubiese tomado la aparentemente trivial decisión de elegir uno entre muchos conejos aquella mañana de diciembre, no habría conocido a la que actualmente es mi esposa y tanta alegría da a mi vida. En fin, tal vez haya algún motivo oculto que relacione los conejos blancos con la buena suerte.

Aimar Rollán

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