El Señor de los Anillos no es un mero libro de fantasía, es un clásico de la literatura en toda regla, por los valores universales que representa su historia.
Quizá no todos los lectores lo saben, pero sí todos los escritores, que aun las historias más ficticias están basadas en una realidad. Hobbits, elfos, enanos, trolls, magia... Eso es tal vez la idea que tiene el público sobre esta obra, e ignoran que en su trasfondo se esconde un profundo mensaje cristiano y la experiencia de su autor en la Primera Guerra Mundial.
J.R.R. Tolkien, su autor, el creador no solo de la novela, sino de toda un universo a su alrededor (Arda: la Tierra Media), incluyendo un idioma propio (el élfico) y toda una mitología asociada, dedicó gran parte de su vida a la creación de su obra maestra.
Tolkien fue adoptado cuando era pequeño por un jesuita (de la «Compañía de Jesús») de origen español, el cual influyó enormemente en su educación e ideales. Tolkien fue un convencido católico apostólico romano, y todo ello se refleja en su obra. El señor de los Anillos no es otra cosa que la sempiterna lucha entre el bien y el mal, el triunfo de los humildes sobre los poderosos, la redención y liberación del mal, simbolizado por la destrucción del anillo Único en el Monte del Destino (Gólgota), tras un apasionado via crucis de pruebas y dolor por parte de su portador, Frodo Bolsón, el protagonista de la historia (esto último es una interpretación subjetiva mía).
Tolkien en la 1ª Guerra Mundial |
Un suceso que marcó profundamente a Tolkien fue su experiencia en la Primera Guerra Mundial como soldado, donde conoció los horrores de la guerra. Para crear Mordor, dicen, se inspiró en la encarnizada Batalla de Somme, en el norte de Francia, en la que él mismo lucho. Y el señor oscuro Sauron, aparte de Satanás y todo el mal que representa, podría estar inspirado en el Kaiser Guillermo II. Por otro lado, en su obra destaca la importancia del soldado raso de infantería, verdadero artífice de la victoria final de la guerra, representado por los hobbits (pequeños, humildes e insignificantes en apariencia) y en especial por la figura de Sam Gamyi.
Aparte de eso, como he dicho antes, su autor dedicó gran parte de su vida en componerla, y hay un gran compendio de filosofía, religión y mitologías (especialmente nórdica, pero también de otras culturas). Todo ello, claro está, camuflado entre los personajes y lugares de ese mundo inventado: La Tierra Media.
La novela, de casi 1400 páginas, es extensa y llena de detalles y descripciones. Puede que para muchos sea una mera obra dedicada al público juvenil, pero lejos de eso..., merece ser leída por todos y deleitarnos con esta ingeniosa metáfora revestida de magia y fantasía.
Si no nos apetece leer todo el libro, la película de Peter Jackson es maravillosa (su banda sonora más aún), aunque no es ni remotamente igual de buena que el libro.
Aimar Rollán
muuuu bueno :D
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